Psicología del Hambre

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La comida se aprende a usar para anestesiar el dolor y suprimir esas emociones muy duras de afrontar.

La comida se convierte en un elemento esencial para atravesar esos momentos de enorme angustia, tristeza y estrés. Comiendo, se suavizan el caos, el drama y la amargura, ese pequeño chocolate nos da esa cuota de dulzura que un día sin sabor necesita.

En vez de comer para saciar el hambre, comemos para sentirnos bien, felices, nos alivia el estrés y nos quita la pena.

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Cada familia tiene sus propios rituales alrededor de la comida, patrones de comportamiento y creencias dentro de una micro-cultura familiar.

Desde muy temprana edad, éstos patrones son aprendidos e incorporados, siendo una huella imprenta del comportamientos inconsciente que tenemos al relacionarnos con la comida.

Muchos de estos hábitos son tan sutiles e inconscientes, que no nos damos cuenta de su existencia, no importa si son buenos o malos porque son deliciosos y confortables, nos acompañan cada día y nos hacen sentir pertenecientes, cómodos.

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Es fundamental trabajar los orígenes psicológicos y sociales del consumo excesivo de comida, qué comemos, por qué y cómo lo hacemos. Junto a esto, abordar el aumento del peso, la inactividad física, la comunicación con el propio cuerpo y la percepción de la imagen, haciendo posible mantener una relación positiva con la comida y el cuerpo.

Porque ya no comemos por una necesidad biológica, sino que emocional, ya no sentimos esa conexión con nuestro cuerpo, ya no lo entendemos ni nos comunicamos con él.

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En vez de enfocarnos en dietas restrictivas, en la famosa fuerza de voluntad y en obligarnos a hacer cosas que no nos gustan, debemos poner nuestra energía en desarrollar una relación saludable con la comida y nuestro cuerpo.

No se trata de enfocarnos en bajar de peso solamente, ya que ésta será la simple consecuencia de tu trabajo emocional. Efectivamente, ganaremos mejores hábitos alimentarios, disfrutaremos la comida en todo su esplendor, nos vamos a cuidar más, querernos, llenarnos y descubrir por qué no hemos podido ganarle al hambre hasta hoy.

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Ya no queremos que nadie nos moleste, que nadie nos juzgue porque estamos gordos. Esperamos que todos se duerman para salir a la cocina a buscar más. Porque no se trata simplemente de seguir una dieta de lechuga con pollo y continuar luchando con las ganas de comer, no, eso si que no dura para toda la vida porque sigo teniendo hambre.

Así que nos aislamos, la comida está ahí acompañándonos, dándonos consuelo, comportándose como el amigo más fiel. Así que ssshhhh... que nadie nos vea.

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El vacío que sentimos por la falta de amor, de atención, reconocimiento y aceptación, ese vacío que deja las heridas del rechazo, del abandono, esa fuerte necesidad de control y esas enormes ganas de ser perfectos, pero sentir que nunca podremos dar la vara.

Esos sentimientos de vacío son experiencias muy dolorosas y perturbadoras para el aparato psíquico. No se llena con nada y no lo podemos manejar, no sabemos cómo ayudarnos, dónde buscar, y nos culpamos. Esos vacíos nos dan un hambre feroz, hambre de control, hambre de ayuda, hambre de consuelo, de atención, desahogo y aceptación, hambre de que nos quieran, hambre que terminamos llenando con comida.